«LA COPA DE CRISTAL». Juan Navarro Baldeweg

Exposición en Santo Domingo de Silos, 2004.

Juan Navarro Baldeweg ha realizado una serie especial de pinturas para la muestra “La Copa de Cristal”, que se expuso en la abadía de Stº. Domingo de Silos en el año 2004. A través de estos trabajos el artista representa un juego entre los límites figurativos, la abstracción y el color, basado en lo que él mismo expresa en el testo que escribe en el catálogo: “Lo que percibimos no es el mundo, es una parte del mundo, es lo que alcanzamos ver. No hablo de lo inalcanzable por la lejanía, sino de lo que aún siendo próximo resulta indiscernible, como en una confusión de cosas, irreconocible en formas y cualidades”.[1]

Juan Navarro Baldeweg afirma que en los cuadros de esta exposición se difuminan los límites de los soportes figurativos, se representan escenas, unas dentro de otras, confundidas y transitables. Aunque parece que en ellos se cuenta algo, en rigor no importa lo que se narra; la escena, el relato flota en otra escena mayor. “Desde su insignificancia se aprecia más claramente la escena de una construcción-dice el pintor-la manera en que se presenta una mirada en distintos grados de apropiación, en horizontes concéntricos, en una sucesión de planos imaginarios, enmarcándose unos en otros, y facilitando el tránsito de unos a otros, extendiéndose en una sugerencia de paso, ampliación y recolección”.

JNB afirma que en los cuadros de esta exposición se difuminan los límites de los soportes figurativos, se representan escenas, unas dentro de otras, confundidas y transitables. Aunque parece que en ellos se cuenta algo, en rigor no importa lo que se narra; la escena, el relato flota en otra escena mayor. “Desde su insignificancia se aprecia más claramente la escena de una construcción –dice el pintor- la manera en que se presenta una mirada en distintos grados de apropiación, en horizontes concéntricos, en una sucesión de planos imaginarios, enmarcándose unos en otros, y facilitando el tránsito de unos a otros, extendiéndose en una sugerencia de paso, ampliación y recolección”.

No podríamos discernir cuál de las dos escenas es la real y cuál la virtual. Cómo se pasa de una a otra mediante la copa. La copa es un instrumento, un medio, como en sus primeras obras relacionadas con la fenomenología, donde los objetos eran meros transmisores que nos ponían en contacto con las sinergias físicas de la naturaleza. 

“A la mirada convencional se le ofrecen objetos recortados o aislados, pero lo que ellos no son tiene tanta o más relevancia. Por eso, al proyectar o al pintar quiero captar un impulso que tiende a escaparse y vagar por una trama infinita”. Se refiere a las tramas, sinergias que imantan el espacio, poniendo en relación unas cosas con otras, a nosotros con las cosas y la naturaleza, en un caos o confusión de objetos.
 
A juicio del pintor, es este ámbito invisible pero tremendamente efectivo donde el mundo palpita; son esos poderes envolventes y traslaticios los que modifican, perturban y afectan hondamente las fijezas de las cosas, los límites mismos de los objetos y las nociones convencionales con que los vemos y representamos. Donde, al cabo, habitamos. El objetivo de su pintura es, pues, manifestar esas tramas energéticas en que el mundo se apoya para propulsarse, de donde brotan y se despliegan los aconteceres y en donde se intersecan expresivamente los contrarios. Mundo esencialmente continuo e imantado, al estar recorrido holísticamente por fuerzas telúricas que todo lo envuelven, anegando con ello toda posible individualidad.
 
¿No serán de estas relaciones o sinergias de lo que en realidad estén llenas las copas de Juan Navarro Baldeweg?

Pero no es éste el único ejemplo que encontramos de la utilización de este mecanismo para representar una realidad virtual. En el libro de Gaston Bachelard, “El derecho de soñar”, el autor nos muestra con la ayuda de diversas disciplinas artísticas cómo la imaginación material nos traslada a un nivel de significación mucho más rico que la realidad. En el capítulo “Castillos en el aire”, nos explica la interpretación que hace sobre la obra del grabador Albert Flocoon. Uno de estos grabados en especial representa una botella de cristal donde se refleja todo un microcosmos:

Y he aquí el cuento filosófico de la botella.

Como se sabe, la botella es fácilmente narradora, cuenta los recuerdos de los vinos del viejo país, la pesadez infantil de los licores de antaño. Se la considera llena de sueños, se piensa que suscita palacios encantados, que abre las puertas de los paraísos artificiales. Mas todo ello no es para Flocoon sino vanas fantasmagorías, todo lo cual pertenece al pasado del sueño de ocio. Flocoon quiere saber qué es la botella en sí. Flocoon se encanta ante la botella vacía. La botella de Flocoon está vacía, vacía al principio de la historia, y Flocoon va a contarnos con qué avidez, con qué intemperancia se llena la botella vacía.

Pero empecemos por el principio y vivamos la audacia filosófica del grabador. Flocoon coloca la botella en una terraza elevada, frente al mar. La botella vacía debe hablar con las olas. Es un centro de rumor que debe tener eco en el mar agitado. Ella es, audaz parasoja, la encargada de la verticalidad ante las ondulaciones del horizonte marino. Se le promueve al rango de centro del universo, tiene la dignidad, la majestad de una vertical cósmica.

Pero todo lo que deviene centro, todo lo que se mantiene recto, deviene sujeto pensante, sujeto ávido de ver y ávido de expresar. Todo objeto que está ante un universo emprende su captura, su conquista.

En primer término, la botella ha captado el sol. Escúchela usted confiarle su orgullo idealista: “Soy yo”, dice, “la que ilumino el mundo. Los rayos parten de mi flanco luminoso para posarse sobre el mar”. Esa botella vacía es un globo de fuego y las nubes en el cielo no son más que la penumbra de su sombra. De ella viene la sombra, la sombra está hecha de su negativa a reflejar.

Pero el sol es un ojo abierto al mundo. Todo lo que brilla ve, como lo mandan las fuerzas de los mitos.  La botella cósmica, la botella brillante ha ganado la visión, ve lejos. ¿Dónde están entonces las lejanas torres, el alto campanario  el pórtico abierto que poco a poco vienen a imprimirse en la retina de la botella? El grabador anima su objeto, llena el espacio que había delimitado. Todo se alarga para obedecer a la verticalidad del ser recto.

La botella invita a dibujar la ojiva. El gollete está abierto para que de él se levante la flecha. Todo se lleca a las alturas por la gracia de los límites, todo se apretuja sobre la presentación vertical, todo se recoge y se lanza mediante la estrecha y pura verticalidad. En la soledad ante el mar, la botella exaspera su altura; llama hacia el cenit a las piedras y los maderajes. Y a los arbotantes, consejeros de la prudencia terrestre, los jala hacia el cielo. Se mantendrán en pie mediante el chorro de su loca imprudencia. Por su impulso, la catedral se aloja en su prisión de vidrio.

Pero el drama de la piedra y del vidrio no ha concluido; las imágenes bellas siempre son metamorfosis. La catedral interior araña la botella. La denuncia como andamiaje provisorio; le da el cimiento de sus criptas. El huracán puede azotar: ya no derribará la botella que Flocoon puso ante el mar.[2]

La botella del grabado de Albert Flocoon nos sirve para delimitar el espacio que se refleja en ella, eliminando la frontera entre la realidad y el reflejo, haciéndolo más difícil discernir cual de las dos imágenes es la verdadera. Con estos dos ejemplos, el de las copas de JNB y la botella de Albert Flocoon, nos damos cuenta que lo importante a la hora de definir un espacio virtual es la forma de delimitarlo, de ponerle límites, y la copa o la botella son una manera de escuadrar el espacio dentro de una paisaje mayor que comprende la realidad que no alcanzamos a ver. Las copas de JNB están vacías, pero se representan colmadas de reflejos. En cierto modo las copas “ven”, como la botella de Flocoon. El fenomenólogo se presta a una doble interpretación: por un lado, la copa suscita los ensueños, las memorias, todo lo cual pertenece  a la memoria del pasado: “fantasmagorías, el pasado del sueño del ocio”, que diría Gaston Bachelard. Proyectamos es su líquido elemento la profundidad que tienen la noche y el sueño. De otra parte, la botella, o la copa, es colocada frente al paisaje. La botella vacía debe hablar con las olas. Es un rumor del paisaje. La botella en primer término recoge las ondulaciones, las interferencias del paisaje, capta el sol, y por lo tanto todo lo que brilla ve. La botella cósmica ha ganado en visión, y el paisaje viene a imprimirse en la retina de la botella. Ángel González García nos presta un texto anterior a estas pinturas y que, a modo de premonición nos anticipa el significado alegórico de las copas de JNB:

“En el fondo de la copa, Dionisios navega a sus anchas. Los pámpanos han trepado por el mástil y los racimos se atreven con el viento; los delfines saltan a su alrededor. Aunque no hay límites para las correrías del dios por este mar de vino, cabecea suavemente en el centro de su propio poder. Para él no es concebible otro lugar que ése en el que se manifiestan los atributos de su dominio sobre el mar y la vegetación.Recipiente circular de miradas equívocas, la copa es un territorio cerrado y movedizo donde a manudo Gorgona enseña sus ojos. Mirarse en su fondo es como mirarla a ella; pero quien quiera saber cuál es el lugar de lo visible, ha de correr el riesgo de beberse los ojos. En el fondo de la copa las sombras parecen más oscuras y las luces más claras. Abel Martín lo ha adivinado antes de su muerte: “Ciego, pidió la luz que no veía. /Luego llevó, sereno, / el limpio vaso, hasta su boca fría, / de pura sombra -¡oh pura sombra!- lleno.”[3]

 

[1]“La copa de cristal”. Juan Navarro Baldeweg. Abadía de Santo Domingo de Silos. Feb-May 2004.
[2] “Castillos en el aire”. El derecho de soñar. Gaston Bachelard.
[3] “De pura sombra lleno”. Ángel González García. Juan Navarro Baldeweg, Obras y proyectos. Ed. Electa, 1993.

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