CASA DE LA LLUVIA (II). Juan Navarro Baldeweg

La Casa como Poética de la Lluvia. Viento y Lluvia II, 1986

Una interpretación personal de la Casa de la Lluvia de Juan Navarro Baldeweg podría estar relacionada con la experiencia de la literatura recogida en “La poética del espacio”, 1957 de Gaston Bachalard

En el capítulo dedicado a “La Casa y el Universo[1], el autor nos pone una serie de ejemplos literarios que hacen mención a experiencias fenomenológicas relacionadas con la vivencia de la casa en un entorno natural. La primera noción que tenemos de adentrarnos en un paisaje natural donde los efectos atmosféricos y el entorno conforman la parte fundamental de la experiencia de la casa es un verso de Paul Eluard:
“Cuando las cimas de nuestro cielo de reúnan, mi casa tendrá un techo”.
En general, la sensación de intimidad que se experimenta en el interior de una casa aumenta cuando la casa es azotada por el duro invierno. El poeta une la soledad de la casa con la soledad del pensamiento! Y tenemos calor, porque hace frío fuera. En la continuación  de ese “paraíso artificial” que crea el poeta, sumergido en el invierno, el soñador de casas sueña con un invierno duro: 
 
“Él pide anualmente al cielo tanta nieve, granizo y heladas cuantas pueda contener. Necesita un invierno canadiense, un invierno ruso,…con ello su nido será más cálido, más dulce, más amado…” 

La naturaleza de refugio de la casa de campo se activa cuanto más duras son las inclemencias atmosféricas.
Evocando las veladas de historias y leyendas antiguas junto al fuego, el poeta Bachelin nos muestra unas chimeneas enormes, desmesuradas:

“En esos inviernos, parece que bajo la campana de la enorme chimenea, las viejas leyendas debían ser entonces mucho más viejas que hoy”. 

El elemento de la chimenea, favorece la imagen de refugio y de cobijo de la casa, hace referencia al uso del fuego para mitigar el frío del temporal, y nos alivia la soledad con la compañía de quien nos narra las historias.  El fuego se enciende con el frío del invierno, o más correcto es pensar que nos damos cuenta del frío del invierno al ver el fuego encendido.

Es este un mecanismo útil para enfatizar la presencia de ciertos agentes atmosféricos, del mismo modo que la Casa de la Lluvia, nos avisa de las precipitaciones cando el “estrato” de los canalones y bajantes se activa con la lluvia. El nombre de la casa cobra sentido en medio de la lluvia, y pone de manifiesto la activación de ésta con las sinergias externas. En campo de actuación de la casa va más allá de su solar de emplazamiento, está insertada en medio del paisaje, interconectada a las relaciones que se establecen entre las fuerzas de la naturaleza y el resto de elementos del paisaje.

Esta percepción del exterior como espacio colonizado de campos de fuerza que activan los espacios interiores de la arquitectura, es una premisa que el arquitecto JNB expresa en todas sus obras, ya sea como arquitecto o como artista plástico.

Según el estudio de Alberto Ruiz de Samaniego del cuadro “Viento y Lluvia II”, 1986, en este cuadro de JNB ocurre lo que en muchas de sus pinturas: el pincel actúa al modo de un sismógrafo emocional que enhebra la trama zigzagueante u ondulatoria de un todo continuo en donde no hay ruptura entre el fondo y la figura, línea y mancha, pasión y calma. [2]





















 Esta concepción de la pintura como sismógrafo de las presencias guarda muchos puntos en común con la experiencia estética oriental, por la que JNB siente inclinación.  Singularmente, por la tradición del Ukiyo-e que culmina con el paisajismo de Hiroshige, en el siglo XIX. En “Viento y Lluvia II”, es herencia de la estampa japonesa, por ejemplo, la representación esquemática de la lluvia mediante los potentes trazos en diagonal ocupando casi todo el lienzo. Se ha traducido Ukiyo-e como estampas del mundo que fluye, y bien podría servir para definir también la plástica del artista cántabro. Como se puede apreciar en el cuadro, JNB no copia la realidad, sino que formula sensaciones que la intensifican: la fuerza de los vientos que doblegan los árboles, el anegamiento de la naturaleza por las aguas de una tormenta cuyos negros nubarrones han invadido gran parte del espacio pictórico. Lo real es, así, la asistencia armónica de fuerzas opuestas. El sueño de una naturaleza grande que crece precisamente en un dinamismo aglutinador de contrarios. Por eso la pintura no imita la naturaleza, sino que hace naturaleza, a través, de imágenes vivas en donde es preponderante el valor del color y los ritmos sobre la tensión representativa; del arabesco grácil y ambiguo o la mancha de color vibrante sobre el volumen calmo o pesado.

El objetivo de la pintura de JNB es, pues, manifestar las tramas energéticas en que el mundo se apoya para propulsarse, de donde brotan y se despliegan los aconteceres y en donde se intersecan expresivamente los contrarios. Mundo esencialmente continuo e imantado, al estar recorrido holísticamente por fuerzas telúricas que todo lo envuelven, anegando con ello toda posible individualidad. Dice el pintor: “A la mirada convencional se le ofrecen objetos recortados o aislados, pero lo que ellos no son tiene tanta o más relevancia. Por eso, al proyectar o al pintar quiero captar un impulso que tiende a escaparse y vagar por una trama infinita”.

 

Esta captación constituye, también, un proceso de análisis. Juan Navarro Baldeweg emplea, como en la pintura oriental, mecanismos expresivos distintos para los diversos elementos que intervienen en la naturaleza. Maneras distinta de mover la mano para representar, por ejemplo, el agua o el viento, generando esa suerte de ideogramas o mallas gráficas características de su obrar pictórico, estratos de rayas, puntos u ondas que permiten diferenciar entre los impulsos aéreos o acuáticos, o entre las fuerzas de superficie y las de rotación. Se produce, así, una disección del cuadro en estratos o líneas de fuerza pictórica análoga a la que se da en la naturaleza misma dependiendo de sus leyes y sus posibilidades de expresión.

La naturaleza, o mejor: cada acontecimiento de la naturaleza, se descompone en variables, al verse reproducido con medios expresivos diferenciados. Luego, es misión del pintor incardinar estos estratos en una línea fluyente o flujo que promete ampliarse hasta el infinito. Esto es, saber aglutinar en la factura pictórica todos esos registros en un itinerario visual continuo y equilibrado capaz de refrendar con máxima plenitud la intensa vitalidad del mundo. Con lo que, al cabo, la definición de las cosas resulta la indefinición misma, allí donde pierden sus límites precisos y ya no terminan en sí mismas, sino que en cada una de ellas están implicadas todas las demás mediante una infinita trama de repercusiones imprevisibles. “Se trata –señala JNB– de la incorporación de ese caos que ni siquiera tiene forma, del paso del caos al principio de la energía, hasta llegar al objeto”. En el cuadro “Viento y Lluvia II”, lo específico hecho aparecer es una descarga física torrencial, un acontecimiento que se impone como exigente presencia local y momentánea. El pintor ha localizado y plasmado la fuerza inesperada de esa energía a través de diversas tentativas formales que corresponden a un intenso recorrido de sensaciones rítmicas que acaban por definir el lugar y su momento; por ejemplo: el movimiento sincopado del aire sobre los árboles, el tránsito turbulento de las nubes negras, verdaderamente amenazadoras, la trama oblicua y poderosísima de la lluvia golpeando el mundo.

Respecto al funcionamiento de la Casa de la Lluvia como un testigo de las sinergias del espacio, William Curtis nos presenta la curiosa pérgola que cierra el patio abierto por las dos alas de la vivienda, como una antena para captar las vibraciones procedentes de la atmósfera empapada en lluvia que la rodea.[3]Peter Buchanan ha enunciado con toda claridad las intenciones del arquitecto en este diseño:

“Se produce la ilusión de que el espacio y las energías naturales que parecen fluir a su través, se modulan para armonizar con la casa, como si se tratara de un instrumento o receptáculo sagrado que crease un torbellino local de fuerzas naturales… Esto realza la presencia de la casa, y al tiempo pone de relieve todo lo que ocurre en su interior, de modo que, al igual que los fenómenos naturales del exterior, la casa se renueva constantemente como si resonara con una potencial significación. Así, la casa hace realidad ese sueño, moderno y arcaico, de sacralizar la vida diaria y la naturaleza”

 
 

[1] “La Casa y el Universo”. Gastón Bachelard. El agua y los sueños.

[2]“Viento y lluvia II”. Artículo de Alberto Ruiz se Samaniego.
[3] “Una búsqueda paciente. El arte y la arquitectura de Juan Navarro Baldeweg”. William Curtis, El Croquis nº54.

 

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